viernes, 7 de septiembre de 2007

El verdugo.

De los hombres lanzado al desprecio,
de su crimen la víctima fui,
y se evitan de odiarse a sí mismos,
fulminando sus odios en mí.
Y su rencor
al poner en mi mano,
me hicieron su vengador;
y se dijeron
«Que nuestra vergüenza común caiga en él;
se marque en su frente nuestra maldición;
su pan amasado con sangre y con hiel,
su escudo con armas de eterno baldón
sean la herencia
que legue al hijo,
el que maldijo
la sociedad.»
¡Y de mí huyeron,
de sus culpas el manto me echaron,
y mi llanto y mi voz escucharon
sin piedad!

Al que a muerte condena le ensalzan...
¿Quién al hombre del hombre hizo juez?
¿Que no es hombre ni siente el verdugo
imaginan los hombres tal vez?
¡Y ellos no ven
Que yo soy de la imagen divina
copia también!
Y cual dañina
fiera a que arrojan un triste animal
que ya entre sus dientes se siente crujir,
así a mí, instrumento del genio del mal,
me arrojan el hombre que traen a morir.
Y ellos son justos,
yo soy maldito;
yo sin delito
soy criminal:
mirad al hombre
que me paga una muerte; el dinero
me echa al suelo con rostro altanero,
¡a mí, su igual!




El que para mi fue el romántico por excelencia, de él los primeros versos que leí de pequeña y que me engancharon a esto de la poesía, y es que aún recuerdo a cierto pirata "en todo el mar conocido, del uno al otro confín" y por supuesto a aquella mujercita, "dueña de rubios cabellos" y muy altiva, que además de no conformarse con un hombre, ni con dos inspiró el poema que recité en clase de lengua con apenas 14 añitos. Aún me tiemblan las piernas, todo, por Espronceda.

Aquí unas líneas de uno de los poemas que más consiguen extremecerme, pese a que no sé cuántas veces lo habré podido leer.

PD: Me buscaría un poeta particular... pero es que ya lo tengo.



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